Recientemente
he visto dos filmes que me han hecho reflexionar sobre cuánto valoramos
nuestras vidas. Me he preguntado hasta dónde somos conscientes del valor de una
vida: la nuestra y la de los otros.
La
primera película se titula: Una oración antes del amanecer (A Prayer Before Dawn) protagonizada
por Joe Cole y dirigida por Jean-Stéphane Sauvaire.
Está basada en el libro A Prayer Before
Dawn: My Nightmare in Thailand's Prisons de Billy Moore, un ex boxeador
inglés.
La
película cuenta cómo este hombre, adicto a la heroína, y después de haber
encontrado trabajo como boxeador en Tailandia, cae nuevamente en el uso de
drogas. Es detenido por la policía y luego enviado a una de las cárceles
tailandesas más peligrosas, donde impera el poder de las bandas criminales.
Desde
el mismo instante en que pone un pie en la cárcel una avalancha de violencia lo
absorbe, lo rodea y el espectador lo sufre con él gracias al excelente uso de
los silencios, el escenario, la psicología del personaje y la atmósfera
colectiva unido a la incomunicación que se produce debido al desconocimiento
del idioma. En todo momento el personaje tiene dos opciones: morir o
sobrevivir, debido al comportamiento abusivo de los otros prisioneros.
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Es
predominante la sensación de impotencia y desamparo de Billy, el único blanco y
extranjero en esa cárcel. Billy siente la necesidad imperiosa de volver a las
peleas y poco a poco logra ser aceptado en los entrenamientos para luego
participar en torneos de muay thai. Encontrará a un compañero que lo guiará y
ayudará a encontrar la redención. Pero aunque las cosas van cambiando para
bien, y ya logra una mejor comunicación con los que le rodean, Billy está enfermo.
Su hígado ha sufrido las consecuencias de las drogas y el alcohol. Es
hospitalizado y aunque en el hospital tiene la posibilidad de escapar decide no
hacerlo.
La
segunda película: Trece, es una adaptación estadounidense de la francesa
13 Tzameti. Un joven tiene una fuerte
necesidad económica. Su padre está enfermo en el hospital. Es necesaria una
cirugía que cuesta demasiado dinero. Ciertas circunstancias permiten que este
joven acceda a una competencia clandestina donde se apuesta la vida de seres humanos.
La competencia está organizada por hombres de mucho poder y dinero que sienten
placer al ver morir a los competidores. La competencia en sí consiste en lo
siguiente. Cada jugador es identificado con un número. Se ponen todos en
círculo, cada uno con una pistola que primero tiene una sola bala y a medidas
que el juego avanza se le va incorporando un proyectil más.
Cada jugador debe
apuntar a la cabeza del que tiene delante y cuando se encienda una luz tendrá
que disparar. Es en ese instante de tensión, en espera de que se encienda la
lámpara que determina de alguna manera la vida o la muerte, que los jugadores
sienten miedo. Miedo de perder la vida sin haberlo planeado, sin quererlo, sin
pedirlo.
En
las dos películas la Vida cobra una importancia que hasta ese instante no había
sido valorada lo suficiente por los protagonistas. Por eso me he detenido a
pensar cuánto estoy valorando mi vida. A qué por ciento estoy presente en mi
vida, en el aquí y ahora.
Y
RESPIRO. Ahora más que nunca respiro como un despertar de conciencia, como un
pasaje para el minuto siguiente. No es un collar de perlas preciosas, ni la
moda en tendencia, ni los juicios a los que acuden cada día los abogados, ni el
valor elevado del petróleo. Es la presencia, el gesto, el decir te quiero a
quien corresponda. Es celebrar los ojos abiertos, la sonrisa, el tacto. Es El
Camino. Es La Vida.
Leysa Martínez Ortiz
Locutora, Escritora y
Oradora Motivacional
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