Me detengo a mirar un cuadro de Pablo Picasso
titulada Maternidad (1901). Nada sé de óleos, acuarelas o dibujos, pero los
tonos claros que prevalecen en la imagen, la figura de la madre con cierto aire
de melancolía y levemente inclinada hacia el bebé que se nutre de su pecho, me
permiten entender lo profundo y abarcador de este acto que es la maternidad.
Si bien es cierto que la maternidad en sí comienza
por “el hecho biológico de ser madre”,
existen en esta vivencia tan importante para la mayoría de las mujeres mucho
más que procesos biológicos. La maternidad involucra, a partir del embarazo, el
“sentimiento o instinto maternal”,
que desarrollan en la mujer ese afán de tener un hijo, protegerlo, educarlo.
Es común escuchar madres embarazadas que planean
desde ese momento el futuro de sus bebés, asegurando que “se esforzarán al máximo para que no les falte nada” o “para que no pasen trabajo” refiriéndose
con estas frases a las adversidades que ellas en su niñez y primera juventud
vivieron, generalmente relacionadas con el aspecto económico.
Después de ver el cuadro de Picasso me dedico a
buscar todos los conceptos posibles referidos al tema de la concepción y me
encuentro, entre tantas definiciones, esta nota reveladora:
“...el
instinto de la madre es un concepto biológico que vas más allá de la mujer como
ser humano, ya que la mayoría de los mamíferos también lo manifestan.”
Se afirma además que la maternidad es algo muy
íntimo, pues cada mujer la experimenta de un modo diferente pero siempre desde
la perspectiva del amor y la protección. No importan razas, religiones u orientación
sexual. Las madres aman, educan y protegen a sus hijos.
Los conceptos hablan de maternidad en solitario;
mujeres que deciden ser madres a través de la adopción o desde la fertilidad
asistida. No importa de qué modo te conviertes en madre: la maternidad es un
acto de amor.
Entonces no logro entender lo que sucedió hace unos
días. Encendí el televisor y la primera información del noticiero hablaba de
una madre italiana, que prostituía a la hija de 13 años, obligándola a estar
con hombres de 30 a 90 años a cambio de dinero “y otras utilidades.”
La información especificaba que la madre no tenía
dónde dormir y ofrecía la hija a cambio de techo, vino, cerveza, cigarro y la
posibilidad de darse una ducha. Los que tenían acceso a la chica eran
trabajadores del campo, de origen africano e italiano.
Se aclaraba también, refiriéndose a los compañeros
de trabajo de estos hombres, que todos lo sabían y ninguno hablaba, sino que “miraban a otra parte o buscaban a la niña
para tener ellos también relaciones sexuales con la menor.”
Tres días después la historia casi se repite. En
otro lugar de Italia otra madre fue acusada por prostituir a la hija de 10 años.
Pero ahí no acaba todo. En varias páginas de Internet encontré algo aún más
cruel. Citaré nada más tres ejemplos:
ESTADOS UNIDOS, Vermont: 18 de
mayo 2019
“Mata al hijo discapacitado de
13 años echando vodka en su tubo de alimentación. Afirma que <quería hacerlo
dormir>.”
RUSIA: 12 de junio 2019
“Niña de 2 años tira el pan por
tierra, madre la mata: el cuerpo después de un mes no se ha encontrado.”
BRASIL: 15 de junio de 2019
“Niño de 9
años muerto y hecho pedazos por la mamá: <Había resultado un peso económico>.”
“La madre biológica del niño,
afirmó que para ella era una carga y en más de una ocasión le hacía recordar a
su expareja, quien la maltrató.”
Lo primero que se me ocurre pensar es que algo tiene
que andar mal en estas mujeres si hasta los animales se dedican a proteger y
defender sus crías. Estas niñas, en el caso de las que fueron obligadas a
prostituirse, perdieron la ilusión, la niñez, la ternura. Se les escapó la
infancia en el cuerpo de sus clientes. Lo peor es que no llegaron a esos
cuerpos a través de una red de mafiosos, sino a través de Mamá.
¿Qué pensamientos sobre la figura materna podrán
tener estas chicas? ¿Quién les va a decir a ellas que existe un cuadro de un
pintor español que refleja la ternura de una madre cuidando a su hijo? ¿Quién
va a devolverles la serenidad? ¿Quién les va a decir que no tengan miedo, si
por lo general, cuando somos pequeños y el terror a la oscuridad nos acosa es a
mami a quien llamamos porque nos hace sentir seguros?
Es una situación compleja. Para estas niñas se
quiebra la imagen individual y colectiva de la MADRE. Los conceptos y las
emociones están torcidos, cambiados, para ellas. Es como si aquí el parentesco
careciera de valor. ¿O acaso ha cambiado la perspectiva actual de maternidad?
En el caso de las madres que cometieron filicidios (madres, o padres, que matan a sus hijos)
el concepto de engendramiento parece desmoronarse, especialmente ante los ojos
de la sociedad, que juzga de inmediato semejante acción. En especial porque
muchas no parecen sentir remordimientos o empatía y en ocasiones han cosificado
al niño o la niña.
Sin embargo, cuando una madre mata a su hijo,
existen realmente factores condicionantes de diversos tipos que pueden
conducirla a cometer ese acto. Y esto no lo estoy inventando yo ni es una
tendencia de moda.
Hace mucho tiempo ya que se habla de Psicosis
posparto, refiriéndose a un estado mental calificado de inestable, que surge
después de dar a luz y donde se presentan delirios y alucinaciones.
En otros casos se habla del llamado Síndrome de
Medea cuya definición dice lo siguiente:
“Se refiere a un cuadro de
síntomas que caracteriza a la madre (en ocasiones el padre) que en respuesta a
los conflictos y al estrés que se derivan de la relación con su pareja,
descarga todas sus frustraciones con agresividad hacia su descendencia, llegando
incluso a utilizar a su hijo o hija como un instrumento de poder y de venganza
hacia su pareja, hasta arrebatarle la vida, se piensa que algunas mujeres
identifican la maternidad con la feminidad, reafirmándola con el reconocimiento
del otro, matando al hijo destruyen el vínculo de unión con su compañero,
valorando a los hijos como a cualquier adquisición material.”
Pero ahí no termina el asunto. Por suerte existe un libro titulado Cuando las madres matan, de varias autoras: Chery L. Meyer; Kelly
White; Michelle Oberman; Tara Proano y Jim Franz. Las autoras conversaron
directamente con madres encarceladas por matar a sus hijos. A continuación
algunos fragmentos de la Introducción de dicho libro:
“Decidimos hablar con las
madres que matan porque, después de casi dos años de estudiar estos casos de
mujeres, nos dimos cuenta de que nadie lo había hecho con ellas. Muchos habían
contado sus historias por ellas. expertos, periodistas, abogados(...)”
“...les pedimos que nos
contaran su éxito, no solo las historias de cómo mataron a sus hijos, sino
también las historias que podrían ayudarnos a comprender por qué, y quizás
cómo, podrían haberse evitado. Les pedimos que nos contaran sus historias sobre
quiénes eran antes y después de sus delitos, historias sobre cómo vivían, qué
esperaban de la vida y de ellos mismos. Pedimos información sobre sus vidas
como niñas, mujeres jóvenes y madres; sobre el amor y el estrés; y en sus
mecanismos de afrontamiento y sistemas de apoyo. (..)”
“Esperábamos completamente que hablaran sobre
las versiones de sus historias que eran defensivas y egoístas. Les preguntamos
por qué buscamos su perspectiva y visión únicas de los eventos, sus propias
explicaciones de lo que sucedió y por qué. Estas mujeres pueden contarnos sobre
sus vidas mientras vivieron los años, semanas y días antes de matar a sus
hijos.”
Me parecen muy acertadas las palabras de estas
investigadoras, no sólo para entender mejor a esas mujeres, sino porque a los
que estamos “del lado de acá” de la
situación, nos permite recordar que esas madres, aunque han asesinado a sus
hijos, también tienen una vida y han experimentado otros sentimientos. A
nosotros como sociedad, como espectadores capaces de juzgarlas, acusarlas,
señalarlas, nos da un poco de sosiego que estas escritoras nos recuerden, que
aunque se han convertido en “madres
asesinas”, todas tiene un por qué, un motivo. Cierto: nosotros no podemos
comprender a secas que la madre mata al hijo. Lo que sucede es que a nivel
sicológico en sus mentes pasan cosas que no suceden en las nuestras. La gran
mayoría de ellas, luego de cometer el asesinato, no logra recordar después con
claridad lo sucedido. Muchas han intentado quitarse la vida tras haber cometido
el filicidio. Además los estudiosos de estos casos han demostrado que todas sufren
de altos grados de estrés, falta de apoyo social, falta de estabilidad
financiera, falta de descanso y lo más relevante: falta de comunicación. Se han
encerrado en sí mismas. No han logrado decir a una amiga, a algún familiar, que
tienen un problema con sus hijos y que no pueden resolverlo solas. O tal vez lo
han dicho y no han sido escuchadas. Esto las ha llevado a asesinarlos.
Basta dar una ojeada a las infinitas noticias que
los medios publican cada día relacionadas con el filicidio, para notar que son
pocas las que ofrecen información acerca del estado mental de la madre o por
qué lo hicieron. Lo cierto es que cuando se investiga a fondo cualquiera de
estos casos, desde el punto de vista humano, las madres siempre
tendrán un motivo que puede ser el miedo, las drogas, el alcohol. Otras
aseguran haber escuchado insistentemente una voz en sus cabezas, incitándolas a
cometer el asesinato; algunas lo hacen porque no tienen dinero para alimentarlos
o porque saben que su pareja abusa sexualmente del niño o la niña y ante la
impotencia prefieren quitarles la vida. Para muchas el asesinato es un modo de
protección extremo.
Desde el punto de vista social será siempre difícil
no ver a una madre que asesina a su hijo como un monstruo. Sin embargo, desde
el punto de vista humano y femenino, hay que aprender a buscar las causas y
darle seguimiento, porque todavía la mujer no se ha ganado una voz y un lugar
de respeto en el mundo; porque todavía es ignorada, irrespetada, segregada. Porque
después que son juzgadas y condenadas a prisión, casi de por vida, nadie más
habla de ellas.
Debemos aprender a
mostrarnos más humanos, que no significa apoyar el filicidio sino ejercitarnos
en el acto de hacer el bien. Así estas mujeres no estarán desprotegidas y
aprenderemos como sociedad y como humanos, a practicar la comunicación como
ayuda. Si aprendemos a identificar los
problemas de esas madres que tal vez en este minuto no saben cómo ayudar a sus
hijos y no ven otro camino que el filicidio, estaremos salvando vidas.
Leysa Martínez Ortiz
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